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miércoles, 21 de agosto de 2013
Los tacaños
Un hombre oyó hablar de los apuros de otro mientras estaba reunido con algunos amigos. Se sintió de inmediato conmovido y entregó una suma de dinero para que se le diera al infortunado.
Otro, que no había oído de ningún caso en especial, cuando tuvo dinero salió en busca de alguien que estuviera necesitado. Le preguntó cuales eran esas necesidades y las satisfizo.
¿Cuál de ellos era en verdad un hombre generoso?
La respuesta es …ninguno.
Ambos eran generosos dentro de los límites convencionales.
Hacían lo que les habían enseñado hacer.
Estas formas de generosidad son suficientes solo en el mismo comienzo de la generosidad.
Más allá está el estado para la cual estas otras formas son supuestamente preparaciones.
Debido a que la gente rara vez pasa de los estados preliminares, estas formas inferiores son consideradas como el súmmum de la generosidad.
La verdadera generosidad es cuando un hombre hace algo generoso sin que nadie se entere, o cuando sabiéndolo otros, rehúsa cualquier tipo de merito por su generosidad, tanto del receptor como de algún otro.
La verdadera generosidad es anónima hasta tal grado, que un hombre debería estar preparado aun para ser considerado como tacaño, antes de tener que dar explicaciones a otros.
Este tipo de generosidad, en bienes, en obras y en pensamiento, es deliberadamente cultivada en las filas del Elegido y practicada por quienes desean entrar en sus filas, sin ninguna excepción y sin descanso en su práctica.
La generosidad también se caracteriza por hacer lo que uno dice que hará. Saadi enseña: “Cuando los generosos prometen, cumplen”.
No ser codicioso, es, paradójicamente, la más elevada forma de mirar por los verdaderos intereses de uno.
La codicia os daña: la generosidad os ayuda.
Por eso se ha dicho: “La codicia es la madre de la incapacidad”.
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