viernes, 14 de julio de 2017

REFLEXIONEMOS...


Un sabio, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. La gente no dio mucha importancia a su presencia, y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población. Incluso después de algún tiempo llegó a ser motivo de risas y burlas de los habitantes de la ciudad.
Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo. En vez de fingir que los ignoraba, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.
Uno de ellos comentó:
- "¿Es posible que, además, sea usted sordo? ¡Gritamos cosas horribles y usted nos responde con bellas palabras!".
"Cada uno de nosotros sólo puede ofrecer lo que tiene" -fue la respuesta del sabio-.

El País de la risa

"El maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad. Primero, les dijo, Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años. Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de toda afección desordenada. Entonces fue cuando me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba en mí de egoísmo. Tras de lo cual, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la vida y de la muerte. ¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda? le preguntaron. No, respondió el Maestro..., un día dijo Dios: Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al corazón del propio Dios...Y fui conducido al País de la Risa."

LA SOSPECHA


En la ciudad de Babilonia vivía un rico mercader que poseía tal habilidad en el arte de las transacciones que conseguía de los demás aquello que, en cada momento, más le interesaba. Sin embargo Afrasiab, que era así como se llamaba, junto al éxito y la prosperidad que acompañaban su vida, tenía dos grandes preocupaciones que desde hacía varios años torturaban su alma.
La primera se trataba de su negocio. Afrasiab tenía la sospecha de que los que para él trabajaban no eran de fiar. Sentía que le robaban cantidades y servicios que, sin resultar de extrema gravedad, despertaban en él sentimientos de traición que no podía soportar.
La segunda, se trataba de su bella mujer a la que consideraba una buena esposa, pero pensaba que era fácilmente enbaucable, por lo que no confiaba en su fidelidad. Tal consideración turbaba su paz y llenaba de gran inquietud sus momentos de soledad.
Afrasiab vivía entre ambos mundos tratando constantemente de
controlar y vigilar...
Y efectivamente, sucedía que cuando observaba a sus empleados, su entrenado cerebro interpretaba en tales rostros, las señales típicas del ladrón; sus miradas furtivas que indicaban algo que ocultar... el tono de sus conversaciones cuando él aparecía... incluso el nerviosismo de sus respuestas cuando Afrasiab les sometía a interrogatorios sutiles y encubiertos.
Afrasiab tenía que reconocer que no eran imaginaciones suyas pues los detalles de todas sus percepciones “encajaban” y confirmaban con toda claridad sus sospechas.
Por otra parte, cuando vigilaba los pasos de su esposa, todo parecía indicar que su comportamiento era obviamente sospechoso; no había duda de que ocultaba algo. La manera de bajar la voz cuando se refería a sus salidas, sus silencios y miradas melancólicas al horizonte indicando regocijo de algo que, seguramente, no se podía pronunciar... y otras muchas actitudes que sin ella pretenderlo, hacían que todas las suposiciones encajasen a la perfección en la mente de Afrasiab.
Llegó un día en que decidió poner fin a esta amargura, así que por una parte decidió encargar una secreta investigación de las cuentas de su negocio, de manera que se pusiesen al descubierto las anomalías que sospechaba. Y por otra, encargó a un criado de su confianza que siguiera los pasos de su esposa, a fin de confirmar lo que parecía evidente.
Tras tres semanas de espera, ¡Oh sorpresa! Sus empleados eran
absolutamente inocentes de sus sospechas y, su mujer resultaba tener el comportamiento más ejemplar y correcto que él nunca había podido imaginar.
Al día siguiente, al comenzar el trabajo observó que los mismos gestos que toda la vida hicieran sus empleados, en esta ocasión, no parecían actitudes de ocultación, y casualmente sus tonos de voz y las miradas que le dirigían, aunque iguales que otras ocasiones, ya no le parecían tan sospechosas, ¡Curioso! Pensó.
Más tarde, al llegar a su casa y compartir junto a su esposa las labores de cada día, resultó que sus referencias a las salidas que ella había realizado ya no tenían, asombrosamente, el tinte de ocultación que antes era obvio... sus silencios, aunque iguales en aspecto a los anteriores ya no parecían guardar secretos... Todo había cambiado pensaba: "¡Qué raro! y sin embargo todos hacen lo mismo".
En ese momento de silencio meditativo, se oyó la melodía de un poeta que rasgando su guitarra decía.
EL QUE TIENE EN LA FRENTE UN MARTILLO NO VE MAS QUE CLAVOS

La iluminación

Una mujer que deseaba vivamente encontrar la paz en medio de sus quehaceres domésticos de esposa y madre, acudió al sabio Yang Zhu y le rogó le instruyera lo más rápidamente posible para alcanzar la iluminación enseguida y poder volver a su hogar con el ánimo ecuánime, ya que tenía plena fe en que, una vez liberada su mente de la ilusión que es la vida, podría dedicarse plenamente a sus deberes sin que éstos turbaran en manera alguna su espíritu. Sabía que esto era así, y estaba dispuesta a hacer todo lo que se le dijera para llegar a la liberación interior en el breve tiempo de que disponía. El sabio respondió: - Genuino es tu deseo, y ésa es la primera gran condición para alcanzar el fruto del espíritu. Pero también hace falta cierta instrucción y ciertas prácticas que puedo ir enseñándote poco a poco en ratos breves, según tengas tiempo para venir a verme. Junto con el gran deseo, la gran paciencia es también requisito indispensable para la iluminación. Me has dicho que tienes un hijo. En toda su vida tu hijo llegará a comerse una tonelada de arroz. Pero ¿qué pasaría si le haces comerse todo ese arroz de una vez? No le haría bien sino daño. Aprende a tener gran deseo y ninguna prisa. Vuelve cuando así lo desees.


Nasrudin y el sabio

El secreto de la felicidad según Nasrudin

El secreto de la felicidad según Rumi